-Lo pagarás hija de Atenea, nadie juega con mi hijo, ¿no le querías? Sí, eso decías pero a la primera de cambios te fuiste y los abandonaste. ¿Eso es digno de una semidiosa? Te odio a ti y tu engreída madre.
Yo solo podía llorar, agonizar, gritar de dolor y temblar de miedo. ¿Iba a matarme?
-¡BASTA!-de la nada surgió una mujer con una capa roja grisácea los ojos rojos grisáceos, pelo largo y rizado y del mismo color que el mío. Madre.-Poseidón, ¿esto es digno de un gran dios? Creo que no, no mereces ser lo que eres, tener tanto poder como dispones. Eres cruel, egocéntrico y te dejas llevar por tu estúpido instinto de salvar a tu hijo.
-Atenea, Atenea. ¿Solucionamos esto a la antigua usanza?-Le lanzó una mirada de desafío-
-Me parece bien.-Sonrió y ella sonrió aun más desafiante-
Y entonces empezaron a luchar. Poseidón corrió hacía el lago y Atenea se movió tan rápido que apenas la pude ver. También influía lo de que ya estaba muy débil, cada vez veía menos y menos. Seguían luchando, una espada de agua con hierro celestial contra una espada de plata y bronce celestiales. Las dos espadas chocaban y saltaban chispas. Ninguno de los dos se cansaba, ninguno se debilitaba, ninguno bajaba la guardia, ninguno perdía, ninguno ganaba. Mi madre le ganaba en velocidad y movimientos diferentes pero Poseidón la ganaba en fuerza para pararlo y en debilitarla con la humedad del agua. Mis párpados empezaron a cerrarse y lo único que veía era dos figuras moviéndose rápidamente. Lo último que recuerdo que vi fue como la silueta de mi madre caía desplomada al suelo y como se giraba para mirar a Poseidón y como este le ponía la espada en el corazón. Con la idea de que la iba a matar pero,los dioses son inmortales ¿no?, dejé que mis párpados se cerrasen. No aguantaba más el dolor, era insoportable e inhumano, no podía resistir más, estaba cansada, débil y exhausta. Dejé de sentir nada….
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