Capítulo 13: Dolor (Primera parte)

Katherina:


No puedo dejar de temblar. Tengo miedo, mucho miedo. Tener a Hefesto a mi lado no lo compensa, Poseidón le supera en fuerza y en todo. No quiero que me siga haciendo daño. Durante todo este tiempo desde que me hizo el moratón no ha hecho otra cosa que empeorármelo y ponerle peor aspecto. Tengo miedo y tengo muchas ganas de llorar. Su sola presencia me inquieta y ya ni pensar de su mirada. No puedo. Quiero gritar, quiero ser igual de valiente que mi madre. Lo que aún no me explico es que si Artemisa y Atenea son, según la mitología, vírgenes, ¿cómo han podido tenernos a mí y Carolina?

-Hija de Atenea,-se dirigió a mí con una mirada seria y yo no pude temblar más de lo que temblaba.

-¿Si?

-Ven conmigo

Y en ese instante me cogió del brazo con algo de fuerza y me alejó de todos, llevándome a un lago de aguas cristalinas y brillantes que los rayos del sol dan y reflejan como si fueran un propio espejo. En cuanto llegamos aumentó la fuerza con la que me tenía agarrada.

-M..me..ha..haces da..ño-Dije temblando de miedo.-

Me soltó empujándome y tirándome al suelo.

-Por favor no me hagas daño-dije sollozando con el miedo aún presente en mi cuerpo, temblaba más y más.-

-Has jugado con mi hijo-me estaba mirando más serio que antes y eso aún me atemorizaba más.-

-No me hagas más cosas… por favor, te lo suplico…-y empezaron a caerse lágrimas por mis mejillas. De repente empezó a dolerme el moratón tanto que tuve que encogerme en el suelo y empezar a gritar y agarrarme la pierna con fuerza.-

-Lo pagarás hija de Atenea, nadie juega con mi hijo, ¿no le querías? Sí, eso decías pero a la primera de cambios te fuiste y los abandonaste. ¿Eso es digno de una semidiosa? Te odio a ti y tu engreída madre.

Yo solo podía llorar, agonizar, gritar de dolor y temblar de miedo. ¿Iba a matarme?

-¡BASTA!-de la nada surgió una mujer con una capa roja grisácea los ojos rojos grisáceos, pelo largo y rizado y del mismo color que el mío. Madre.-Poseidón, ¿esto es digno de un gran dios? Creo que no, no mereces ser lo que eres, tener tanto poder como dispones. Eres cruel, egocéntrico y te dejas llevar por tu estúpido instinto de salvar a tu hijo.

-Atenea, Atenea. ¿Solucionamos esto a la antigua usanza?-Le lanzó una mirada de desafío-

-Me parece bien.-Sonrió y ella sonrió aun mas desafiante-

Y entonces empezaron a luchar. Poseidón corrió hacía el lago y Atenea se movió tan rápido que apenas la pude ver. También influía lo de que ya estaba muy débil, cada vez veía menos y menos. Seguían luchando, una espada de agua con hierro celestial contra una espada de plata y bronce celestiales. Las dos espadas chocaban y saltaban chispas. Ninguno de los dos se cansaba, ninguno se debilitaba, ninguno bajaba la guardia, ninguno perdía, ninguno ganaba. Mi madre le ganaba en velocidad y movimientos diferentes pero Poseidón la ganaba en fuerza para pararlo y en debilitarla con la humedad del agua. Mis párpados empezaron a cerrarse y lo único que veía era dos figuras moviéndose rápidamente. Lo último que recuerdo que vi fue como la silueta de mi madre caía desplomada al suelo y como se giraba para mirar a Poseidón y como este le ponía la espada en el corazón. Con la idea de que la iba a matar, pero los dioses son inmortales ¿no?, dejé que mis párpados se cerrasen. No aguantaba más el dolor, era insoportable e inhumano, no podía resistir más, estaba cansada, débil y exhausta. Dejé de sentir nada….

                                   ***

Cuando desperté me encontraba tendía en una cama de sábanas blancas y en una habitación también muy blanca y sin decoraciones. Si hubiera estado aquí Ruth le hubiera dado algo sin ver decoración y un blanco tan monótono.  Giré mi cabeza y vi otra cama y en ella estaba un chico con el pelo negro dándome la espalda. Aun no conseguía ver bien, seguía muy débil. Me destapé y me miré la pierna, estaba vendada.

-Kath…-Aquella voz venía de la cama de al lado, le miré y tenía heridas por toda la cara como si le hubiera arañado un gato pero aún más grandes y más infectadas.-¿Cómo estás?.-Se encontraba tan débil que apenas hablaba.-

Lo que veía no daba crédito. Era Dimitry quien estaba tumbado en esa cama. Más afectado que yo y aún peor que yo, sufriendo mientras esperaba mi respuesta. ¿Cómo había sido tan cruel con él?
Negué con la cabeza.

-No hables,-intentó hablar pero justo yo me había levantado, sin molestarme el dolor y rápidamente estaba sentada en el borde de su cama, mirándole. Le puse un dedo en sus labios.- Te quiero  y lo siento por haberte tratado tan mal y… -justo cuando iba a preguntarle que le había pasado, más deprisa de lo que esperaba, me apartó el dedo de sus labios, se inclinó un poco y me pasó la mano por la nuca acercándome a él y me besó.

El beso era dulce y suave pero enseguida los dos nos besamos como si tuviéramos añoranza y con desesperación. Un beso desesperado que duró unos minutos.

Cuando nos separamos vimos que no estábamos solos en el cuarto, una mujer de pelo trenzado y del color de la tierra, nos miraba sonrientes. Tenía una corona de laureles en la cabeza, adornada con flores preciosas y brillantes con finos hilos de oro. Sus ojos ya me resultaban familiares, eran color marrón pero era como si llevará la propia tierra en su mirada. Enseguida me di cuenta de quién era. Deméter.

-Hola semidioses-nos dijo sonriente y alegre.-veo que estáis mucho mejor que cuando os llevaron aquí

-Si gracias señora Deméter.- contestó Dimitry con mucho respeto.-

-Oh, llámame Deméter solamente, no me gusta que me digan señora,-se empezó a reír y su risa era suave y bonita. Me gustaría saber que ha pasado, el porqué de yo pude haber nacido y de porque Dimitry estaba en esa cama- Respeto a tus preguntas yo sé quien tiene todas tus respuestas y nadie mejor que tu madre para responderte a tus preguntas.

La miré sorprendida. Había conseguido saber lo que pensaba y lo que buscaba. Era increíble. Creo que ella junto con Hera son las diosas que más sentimientos humanos tienen. Las dos son menos egocéntricas y piensan más en las personas que las rodean.

-Deberías ir a su templo y hablar con ella, este es mi templo os llevé aquí para curaros y veo que ha funcionado.  Su templo está más arriba, enseguida averiguaras cual es.-Me informó ella.-

Me despedí de los dos y salí de aquella habitación, los pasillos eran blancos también y en sus paredes si había algo de decoración, plantas y flores. Los pasillos me llevaron hasta una gran sala principal recubierta de oro y llena de muebles preciosos, en esa sala había muchas cosas que me encantaban. Sobre todo había plantas y ejemplares de flores por todos sitios. Salí del templo, me giré para contemplarlo y era precioso, con columnas blancas impecables y estaban rodeadas por plantas lustrosas y verdes. Arriba del todo en una placa de oro pulido estaba el número romano X. Si a ella la correspondía el número diez y a mi madre el seis tendría que pasar por algunos templos antes de llegar al suyo. Así que empecé a caminar colina arriba. Desde donde yo estaba se veía a lo lejos una ciudad griega antigua que hay es donde deberían estar los dioses menores, sátiros y algunas otras criaturas.

Mientras caminaba vi un templo con columnas rojizas y con la misma placa dorada que el templo de Deméter pero con el número romano IX. Era el templo de Hefesto. Quería entrar y hacerle una visita y darle las gracias por haber sido tan amable conmigo y haberme enseñado tantas cosas mientras estábamos juntos y decirle también que para mí era como un hermano aunque si leen los pensamientos, que todavía no sé cómo, lo sabría.

Pasé por otro templo con las columnas marrón claras y con el número VIII. El de Artemisa. Pasé por de Apolo y no me hizo falta mirar la placa para deducir que era el suyo. Estaba completamente hecho de oro o al menos eso parecía, porque brillaba de una forma auténticamente alucinante. Por fin llegué al de mi madre, un templo bastante alto y grande con columnas grisáceas con cintas rojas oscuras rodeando cada una. Entré y pasé a una sala principal como la de Deméter pero aún más grande y un poco más llena. No tenía plantas ni flores como Deméter, aún lado había estanterías y libros por todas partes. Seguro que eran interesantísimos y llenos de historias fantásticas de los propios dioses. Historias que solo conocen ellos mismos y las personas que leen aquellos libros. Libros repletos de información sobre todo lo que deseases. Me encantaba. Podría estar allí toda la vida que no me importaría leer y leer. Lo que vi al otro lado me gustó aun más. Armas de todo tipo se extendían por aquel lado. Desde la más pequeña y ligera como un puñal hasta la más grande y pesada como un hacha. Desde una hecha con oro celestial hasta una hecha con piedras preciosas. Pero había una que destacaba de todas. Una colgada de una pared, tenía la hoja afilada y era bastante larga. Su empuñadura estaba hecha de bronce celestial adornado con rubíes rojos en forma de mini búhos. Esa espada brillaba como el oro pero estaba hecha de plata y acero celestial. Solté un suspiro de admiración.
Hasta que no dejé de impresionarme por aquellas cosas que tanto me gustan no me percaté de que no estaba sola en la sala. Una mujer que ya reconocía. Mi madre. Estaba sentada en un sillón enfrente de una chimenea leyendo un libro que parecía interesante porque tenía una cara de estar disfrutando de la historia. Me miró sonriente y con un brillo de orgullo en su mirada.

-Siéntate cariño,-cerró su libro y se reincorporó en el sillón. Aun sonreía y no tenía ninguna herida, estaba ilesa. Quería saber lo que pasó. Me toqué la pierna recordando todo aquello hasta que su voz, suave y llena de dulzura me depositó de nuevo en la sala- tenemos que hablar.

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Escrito por: Dyslar

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